Versión extendida

Una doula es una mujer que apoya a la embarazada o recién parida con todo lo que puede necesitar emocionalmente (dudas, sensaciones nuevas y todos los nervios que nos agobian en estos momentos...), proporcionándole información  actualizada, veraz e imparcial cuando lo pida. Tiene conocimientos sobre los procesos fisiológicos que se atraviesan en esta etapa, y una sensibilidad hacia las madres, los bebés y los embarazos que la llevan a decidir compartir su trayectoria y todos los conocimientos que adquiere con mucho trabajo y mucha constancia pero de forma no oficial (porque todavía no existe una titulación oficial) con otras mujeres que están pasando por una situación tan especial y que tan profundamente transforma: un embarazo, un parto, un bebé.   

No tiene competencias médicas, ni de enfermería. No toma decisiones, no receta. Deriva al profesional correspondiente sin dudarlo. 
Pero sí tiene conocimientos específicos acerca del proceso fisiológico del embarazo, del parto, el posparto y la lactancia y una gran intuición, una actitud positiva, cariñosa, maternal. Porque el proceso mediante el que una hija, que siempre ha sido hija, y puede que también hermana, o prima, o tía, o sobrina, o nieta, o amiga, pero siempre hija, se convierte en madre, es un proceso que necesita apoyos: orejas, manos, hombros y brazos.

Tradicionalmente, el papel de la doula lo desempeñaban en general mujeres de la familia extensa, mujeres de gran confianza que en otras ocasiones habían ayudado a la ahora embarazada a crecer, que habían pasado ellas mismas por este momento, y que adoptaban esa actitud maternal tan necesaria para averiguar en qué tipo de madre queremos convertirnos. La madre también se implicaba mucho, claro, pero es un poco más difícil por la escasa distancia que hay entre ambas.

Hoy en día, es muy posible que la madre esté trabajando diez horas al día, que las tías vivan a kilómetros y kilómetros de distancia, que la abuela no pueda prestar toda la ayuda que quisiera, que además esté a años luz de la idea de educación que la embarazada tiene, y que las amigas tengan su vida y su trabajo, lógicamente. Lo que deja a nuestra embarazada con una necesidad urgente de apoyo y sin nadie a quien recurrir de verdad. Muchas viven en distinta ciudad que sus familias, o no tienen. Y por supuesto que se puede salir de eso, claro que no pasa nada, no es tan grave, se pasa. Pero una ayudita siempre viene bien.

Hacen falta orejas, para que nos escuchen, porque necesitamos hablar de lo que sentimos, por lo que estamos pasando, cuáles son nuestras necesidades, qué queremos y cómo lo queremos. Porque somos nosotras las que lo vivimos, y nosotras las que tomamos las decisiones, sean cuales sean, y sea como sea. También hacen falta manos, para coger las nuestras, para acariciarnos y darnos una palmadita en la espalda de vez en cuando. Y hombros, para esas lágrimas ocasionales, que las hormonas se nos vuelven locas y revolucionan todo lo que parecía estar tan claro. Y brazos, para abrazarnos, para cogernos y acunarnos como si fuéramos niñas otra vez, para que tengamos la oportunidad de sentir de nuevo lo que sentíamos de niñas, lo que queríamos sentir, lo que queremos que nuestros bebés crezcan sintiendo.

Y, vaya, ¿el padre? No, no es que desaparezca de esta ecuación, ni mucho menos. Es que él no ha sido madre... Él también necesita recorrer ese camino, el de su propia paternidad, pero por el momento su papel es el de pareja, amante, amigo, que también tiene manos y hombros y brazos (¡y pene, que hace mucha falta!), que nos quiere y nos desea y nos dice lo guapas que estamos y que no importa el culo, las estrías, los granos, y esa barriga... No nos creeríamos nada de nada que sobre esto nos dijera nuestra abuela. Pero nuestra pareja está ahí para eso. Él, por su parte, empezará a recorrer el camino para convertirse en padre en el momento en que el bebé nazca. Por eso se dice que una mujer tiene todo el embarazo para acostumbrarse a la idea de ser madre, y que el padre necesita esos nueve meses, pero después. Por eso los celos cuando nace el bebé y el padre a veces se siente desplazado: porque para él todavía el bebé no es lo primero del mundo mundial.

Una doula pretende acompañar a la madre en este proceso, apoyar emocionalmente a la futura madre, estar ahí en el parto en caso de que ella así lo quiera y sea posible, y en el posparto, con ese bebé diminuto que parece a punto de romperse y que chilla... madre, cómo chilla... Acompañarla, pero no juzgarla, porque bastante va a oír cómo tiene que hacer las cosas a lo largo de su maternidad, bastantes vecinas, suegras, madres, madres y más madres, otras que nunca lo han sido e incluso padres que salen de debajo de las piedras para decirte cómo has de actuar, qué es lo que estás haciendo mal (y lo mal que lo estás haciendo, eh?) y cómo hacerlo bien... la doula está para apoyar tus decisiones, que seguro que son las mejores, porque son las tuyas. De algún modo, puede que apoye también a la pareja (si la hay), a quien libera de la carga de intentar ser todo lo que la embarazada necesita en ese momento, que son demasiadas cosas. Así ambos pueden relajarse y disfrutar.

Al menos esa es la doula que yo conozco, la que soy, la que quiero ser. Porque ser doula es un camino. Una decisión sobre la propia vida que cambia toda la percepción de nosotras mismas como personas, como mujeres, como madres. Y es un camino que no termina, se sigue recorriendo, se siguen alcanzando metas pequeñas, avanzando y consiguiendo mejorar... como la vida misma =)

2 comentarios :

  1. ¡Como me hubiera gustado a mí hace 30 años contar con una doula...!!! La sociedad en general nos vende la idea maravillosa de la maternidad como si siempre se llegara a ella de forma ideal, con amor, sin dificultades, sin sufrimientos, pero la realidad no siempre es esa.
    Me parece preciosa tu descripción de la doula y se nota que has pasado ya por la experiencia. ¡Gracias por compartirla!

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  2. ¡Muchas gracias, Isabel!

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